julio 13, 2011

el perro de tres patas



Yo estaba ahí: con todas las palabras que se me ocurren al inicio y llegó con mil sonidos alrededor. Nos sentamos, hombro a hombro, para observar el blanco y el negro.

Los dos opuestos descifraron por nosotros el lenguaje de esa zona de encuentros que emancipa el silencio y que el tiempo galopa.

Lo de costumbre: me convertí en una topografía volcánica, con todas las ganas de estallar pero reteniendo lo incontenible hasta el final. Otra vez deseé que el tiempo no hiciera de las suyas, y esta vez... me dejó tranquilo, sereno en la soledad.

Mi magma, mi alma derretida, no hizo erupción. Por el contrario, se volvió un mar de vientos y luces.

Y caía... no a gotas, sino en una leve corriente de río.

Se acerca el fin, y lo puedo sentir. La muerte lenta e indolora de mis habitantes. Y no es por su llegada... sino por la habilidad de hacerme diferente.

Nos cubrió un naranja profundo y suave a la vez. Entendí que nada importa y no pude atrapar mi gota en la cubeta. La corriente de agua es más grande... me desborda, me moja y me limpia.

Entramos los dos en un sueño, yo me escape a otro tipo de construcción y me encontré acostado sin estarlo. Era lo mismo que ocurría en la realidad, pero con imágenes en mi mente.

Teníamos los mismos colores: eras tú, y era yo, acostados sobre la misma tela.

Y dentro de ese segundo, dentro de esa unidad de tiempo que no sé nombrar ni medir, ocurría lo paralelo. Por eso ahora no entiendo si sueño o si vivo.

No entiendo si eres, o si estás.