marzo 02, 2013

misiva no. 6


Sí. Sé lo que me vas a decir: que no te he escrito más. Hace unas semanas te dije que por respeto a mí había dejado de escribir, por respeto al fallecimiento propio.

Claro que han venido suscitadores: primero un hombre vestido de negro y famélico que me perseguía por los pasillos de la universidad y me hostigaba en los salones de clase. Un buen día, cuando el profesor novelista dijo que no se puede escribir sin malos sentimientos, el acosador muy amablemente se puso de pie y se fue del aula. Entendí que yo estaba alegre y que por eso no podía escribir ni podía entender qué quería el lóbrego personaje conmigo.

Después vino el joven que le gustaba comer corazones de piña y que quemaba la punta de los cigarrillos antes de fumárselos. Tenía un problema muy fuerte en su vida (que nunca adiviné cuál era… tal vez una enfermedad brutal o que la mujer quería quitarle la custodia de sus hijos… no sé…) y, además, sufría de ataques de ira como si lo anterior fuera poco. "Un cuento" me dije cuando lo conocí.

Las batallas las perdí. No puedo narrar nada que no sea mío. Nada que no sea yo. Y, como de costumbre, me topo con la inmensa necesidad pueril de relacionar todo con el amor. Por eso ya no escribo más: todo desemboca en un solo tono, en un solo tema. Estoy fuera de ética conmigo mismo. No puedo narrar, solo conversar con mi yo poético y esbozar uno que otro verso.

El otro día hablaba con un amigo. Le dije que estaba desilusionado. Él dijo que la desilusión guarda en ella la propia ilusión, las ganas de recobrarla. Agregó que él ya ni sentía eso, que finalmente no le importaba ni esperaba nada y que estaba "poca madre". Yo callé. Solamente pude pensar en Sísifo.

Y lo imaginé feliz.