diciembre 18, 2011

Los rincones de la memoria son más peligrosos de lo que imaginé. Y no sólo hablo en un sentido metafórico (el cual también es cierto). Me refiero además a un sentido más objetivo.

Pero no quiero hablar aquí de los sustos y armas que de repente, sin razón ni motivo, aparecen en las calles de Caracas (una vez más: no hablo sólo en sentido denotativo, sino también connotativo).

No digo a otros, sino para decirme mejor:

"Espera y deseo se ablandan cada vez más y más, y me acunan y acarician igual que a un niño. Y la esperanza extiende su cielo sobre mí, y una imagen, su imagen, pasa vagamente por el espacio, como la Luna, a veces cegándome de luz  y a veces cegándome de sombras" (Kierkegaard, Diario de un seductor)

Volvemos entonces a aquel tema de la gota de agua que no termina de caer y… vaya que no cae. Supongo que intentaré dejar de ser la gota, para convertirme en la asceleración de gravedad: sin más motivo que la masa para hacerse fuerza.

Cuántas ganas locas de ignorar tanto peligro y quedarme… qué interés súbito en girar mi brújula del tiempo una vez más.

Pero sé que es poco asertivo, e incluso suicida… ¿o no?

Es incluso producto de espejismos y de deseos que se burlan disfrazándose de realidad.

Nada más para decir, nada más para pensar.

Ya no quiero (puedo) más.